
Una biblioteca, tres generaciones: la historia de Natalia, Marina y Juan Nicolás en La Peña
Por: María Camila Aguilera Garzón
Por más de 18 años, la Biblioteca Pública La Peña ha sido un punto de encuentro para la familia de Natalia Mendoza Cristancho, una mujer de 35 años que habita la localidad de Santa Fe, al oriente de Bogotá. Su historia no solo refleja el vínculo personal que ha construido con este espacio, sino cómo ese lazo se ha extendido a su madre: Marina Cristancho, y a su hijo: Juan Nicolás, creando una tradición familiar que ha encontrado en la biblioteca un lugar de crecimiento, afecto y comunidad.
Natalia conoció la biblioteca desde sus inicios, cuando apenas se construía. Recuerda con claridad cómo los vecinos se enteraron de que aquel terreno vacío sería una biblioteca pública. La idea de tener un lugar para aprender, compartir y participar la entusiasmó desde el principio. “Cuando inauguraron, participé en talleres de fotografía, lectura con niños… me gustaba mucho interactuar con la comunidad”, recuerda.
Con el tiempo, empezó su vida laboral y se alejó un poco del espacio. Pero la semilla ya estaba sembrada: su madre comenzó a asistir activamente, especialmente a los talleres dirigidos a personas mayores. “Eso le cambió la rutina. Empezó a moverse más, a pensar en otras cosas, a sentirse útil”, cuenta con orgullo Natalia. Marina, su madre de 70 años, no solo encontró nuevas formas de mantenerse activa, sino que además involucró a su nieto en esta tradición.
Juan Nicolás, de 11 años, hijo de Natalia y nieto de Marina, también ha hecho su propio camino en la biblioteca. Participa en los talleres de plastilina, ajedrez y, sobre todo, en las tardes de juego de los viernes. Para él, la biblioteca es un espacio de diversión, exploración y aprendizaje compartido con su madre y su abuela. “Le inculqué desde pequeño sacar libros en préstamo, leer juntos. A veces lo motiva el pasaporte lector que dan como incentivo en la Biblioteca Pública La Peña, pero yo le insisto en que lo importante es lo que uno aprende leyendo”, dice Natalia entre risas.
Natalia Mendoza Cristancho, usuaria de la Biblioteca Pública La Peña / Foto: María Camila Aguilera Garzón - BibloRed
Este ciclo intergeneracional de afecto por la lectura y la cultura no ha sido casual. Para Natalia, la biblioteca representa un espacio de amor propio, de comunidad y de transformación social: “Nos han hecho sentir parte de esto, como una familia. Eso genera sentido de pertenencia. Uno quiere cuidar este lugar y traer a más personas”.
Incluso el esposo de Natalia, aunque con menos tiempo por cuestiones laborales, ha tenido acercamientos a la biblioteca durante eventos especiales. Para ella, lo importante es no imponer, sino motivar: “Que se vaya dando ese gusto, que cada quien lo descubra a su ritmo”.
Hoy, al mirar atrás, Natalia valora los cambios que ha visto en el espacio: más talleres, más participación y una comunidad. Pero también mira hacia el futuro, soñando con que su hijo, algún día, traiga también a sus propios hijos o pareja a vivir experiencias similares. “Me gustaría que también él aporte, que enseñe lo que ha aprendido, como su amor por la plastilina y lo que ha aportado a distintos talleres hasta ahora, que siga esta tradición”.
Cuando se le pregunta qué le diría a la biblioteca, su respuesta es clara y sincera: “gracias. Gracias por estar aquí. Porque estos espacios marcan la vida de muchas personas, sobre todo de los jóvenes. Hay mucho por hacer con ellos y para ellos, y este es el lugar perfecto para comenzar”. La historia de Natalia, Marina y Juan Nicolás es testimonio de cómo una biblioteca puede ser mucho más que estanterías y libros: puede ser el corazón de una familia.